Ser Abogado de niños, es un arte. Un arte que requiere técnica, experiencia y
esencialmente la pasión para experimentar nuevos caminos en el derecho, y simultáneamente
la paciencia para comprender que ha de llevarnos un largo tiempo, ver las
huellas y los frutos en el camino.
Todo pasa y todo queda,
Pero lo nuestro es pasar
Pasar haciendo caminos
Caminos sobre la mar
En ese camino, acompañando a una hermosa niña de mil
desamores, llegamos, como pocas veces ha llegado un niño sólo, a la Suprema
Corte de Justicia de la Provincia de Buenos Aires. ¿Para qué?
Para que nos dijera cosas muy importantes.
Pero dos años tarde.
Cosas que quizás hubieran cambiado algún destino, pero ya no, luego de
tantos meses y tragedias.
Les pego aquí, el fallo de la Suprema Corte del que hablo, pues
abre un nuevo camino, un rellano en donde poder afirmarse para seguir este
sendero escabroso de la defensa de derechos.
Aquí la Suprema Corte acepta el derecho a una relación afectiva fraterna
entre dos niños que no eran hermanos por sus lazos de sangre, o jurídicos, sino
por el trascendental hecho de haberse elegido entre sí.
Un pequeño pasito. Inmenso
esfuerzo.
Ellos sufrieron – y sufren aún-, el estrago de la ausencia
de amor de sus familias, y el desatino formidable de las estructuras
burocráticas del Estado en todas sus áreas.
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