Espacio de Niñez y Derechos

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viernes, 10 de septiembre de 2010

Limpieza social

Es un hecho innegable que esta primera década del milenio nos confronta con políticas de exterminio de niños y adolescentes, a pesar de  los discursos en contrario y de las  nuevas legislaciones sobre protección integral de los derechos de la infancia.
La impotencia de los países para hacerse cargo de los desafíos planteados por la globalización económica y financiera se presenta con trazo guiñolesco, a la hora de efectivizar sus obligaciones con los más pequeños y se evidencia en las instituciones generadas para proteger y prevenir la vulneración de los derechos de los niños, que se encuentran inermes y frustradas  frente a la magnitud social de la cuestión y a la escasez de recursos que se les adjudica.
Como contrapartida a este fenómeno hegemónico y arrasador de subjetividades ("menores" y "trapitos"), el proceso de humanización emprendido a nivel universal y regional por  los sistemas de protección de derechos humanos, no logra mitigar los efectos de la globalización económica y financiera que no cesa de profundizar los fenómenos de exclusión social, especialmente en el caso de la infancia.
Niños de y en la calle, madres de la calle, niños y adolescentes en conflicto con la ley penal, niños objeto de trata, trabajo infantil o maternidad adolescente son algunos de los síntomas de una sociedad, que se debate entre su aspiración de constituirse como comunidad o en su "destino fatal" de transformarse en un mercado, que sumerge ingentes cantidades de personas en la vulnerabilidad social, acelerando su tránsito hacia la marginalidad.
Circunscribiéndonos a la situación en América Latina, un millón de niños muere cada año como resultado del hambre, la desnutrición y las enfermedades evitables, y no en manos de niños homicidas.
¿No será que, para poder tolerar esas muertes,  a las "personas de bien" se les hace necesario reavivar el demonio de la infancia dentro del imaginario social?
Si seguimos por esta vía, la gente "de bien" no sólo deberá amedrentarse ante los jóvenes desocupados, negros, "villeros" y "drogadictos", sino que también habrá que incluir a  los niños (sobre todos si son pobres) y a las niñas, a los adolescentes principalmente que son  los más peligrosos porque al crecer los simpáticos caras sucias que corren por las calles solos o rodeando a sus madres en las plazas o debajo de las autopistas, nos dan miedo.
Entonces, contra ellos y para protegernos de ellos, pediremos leyes más severas, disminución de la edad de inimputabilidad, mayor control, represión y mano dura.
De este modo, y olvidando nuestra responsabilidad como sociedad que usufructúa los beneficios de la globalización y de la ausencia sostenida de políticas públicas inclusivas "para todos"  (económicas, educativas, productivas, sanitarias, entre otras), es bastante fácil lograr consenso  dentro de la sociedad civil para continuar y profundizar la campaña de exterminio de niños comenzada en América Latina con la matanza de la Candelaria -programa denominado de "limpieza social" que se sostiene sobre la creencia de que no se necesita esperar a que esos niños crezcan ya que mal alimentados y sin educación, nada puede esperarse de ellos salvo que se conviertan "en un riesgo", "en un peligro para sí y para terceros".
No es necesario esperar a que se crezcan y se conviertan en delincuentes y drogadictos; siendo coherentes con el enfoque de la "limpieza social" basta con "cortar por lo sano y matarlos de chiquitos".
Si alguna duda albergamos ante este cruel panorama y si alguna excusa faltaba para semejante indecencia allí, en nuestras pantallas mediante los noticieros de la mañana, del mediodía, de la tarde y de medianoche, sin olvidar el infaltable canal de noticias 24 horas, en las fotos de los diarios y revistas, están los hechos que sirven de justificación a nuestra impiedad: estos niños nada tienen de inocentes y son capaces de matar y matarse entre ellos.
Parafraseando al Freud de El Malestar en la Cultura, podría afirmarse que una sociedad que extermina a sus niños y adolescentes o que los convierte en homicidas, "ni tiene posibilidades de permanecer, ni se lo merece".

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